Vayamos
a donde vayamos, estamos siendo controlados en (casi) todo el tiempo, desde que
nos levantamos hasta que nos vamos a la cama. Si acudimos al trabajo en metro, las
cámaras de seguridad nos vigilan en los andenes y en los vagones; si preferimos
trasladarnos en bus, los autobuses de la EMT cuentan con sus propias cámaras,
también. Los que optan por ir en coche a trabajar, al parar en una gasolinera a
repostar, una cámara vigila todos nuestros movimientos mientras nos dejamos “atracar”
por el precio disparado de la gasolina. Y no hay que olvidarse del gran número
de cámaras que hay en farolas, túneles y puentes, que todo lo captan así como
los radares móviles.
Antes
de entrar a trabajar, sacamos dinero del cajero y una pequeña cámara controla
nuestros movimientos, así que es recomendable tapar con la otra mano mientras
tecleamos la clave, por si acaso. Muchas empresas tienen sus propias cámaras de
seguridad para controlar la gente que entra y sale. Si se trabaja en un
organismo oficial, además de ser “espiado” por las cámaras, es obligatorio
pasar el bolso y demás bultos por el escáner.
Entre
las 10 y las 11, hora del cafelito, y quien más y quien menos, bajamos a
tomarlo al bar de enfrente o la cafetería de al lado y somos vigilados por las
cámaras de los alrededores de la Gran Vía, de la Plaza Mayor, la calle Montera,
barrio de Lavapiés e, incluso, en el Museo al Aire Libre, bajo el puente que
une Eduardo Dato con Juan Bravo. ¿Qué queremos ser generosos y regalarle a la
pareja un pequeño detalle por el día del aniversario? Pues nada como sonreír
ante la cámara al entrar en la joyería, después de haber llamado al timbre,
claro.
De
regreso a casa, más de lo mismo, las cámaras del metro y de la EMT nos “retratan”
con cara de cansancio después de un duro día de trabajo.
Madrid
es un Gran hermano que todo lo ve.
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